domingo, 12 de agosto de 2007

La ciudad desierta es un rollo

Por Elvia Lafinur

A veces buen rollo, a veces no tanto. La ciudad abandonada por sus habitantes hace cosas que no suele, como sacudirse y zamarrearnos a los que quedamos aquí en verano. Unos 5 puntos en la escala de Richter tembló Madrid hoy por la mañana, domingo caluroso de otro agosto desierto. "Cerrado por vacaciones. Disculpen las molestias" son las dos frases que más leemos (en las persianas madrileñas) las lagartijas que nos aventuramos a pisar las aceras de día. En mi cuadra, he quedado sola, bueno, sola con el chico de enfrente, el de la guardería de camaleones (dueños se van de vacaciones y dejan mascotas en refugios ad hoc). La tienda de reptiles y serpenchis no cierra, entonces, ya que tiene que cuidar artrópodos ajenos. Y yo que con sol sólo salgo a comprar el diario de vez en cuando, me encuentro de repente frente a un terrario, admirando los "cascos" del camaleón en guarda y custodia... Sigo, dejo que drene el amor que se ha convertido en sinusitis, camino por la vereda de la sombra y mientras subo en ascensor imagino el peor de los escenarios posibles en la desolación del edificio: me propongo no volver a montarme en esta mierda sin teléfono (nunca pude olvidar la tétrica historia del ascensor descompuesto en pleno verano de "Sobre héroes y tumbas" de Sábato, aquélla del hombre que, hasta que vuelven los oficinistas, se ha comido a su novia ). Entro a casa, voy a la heladera, todavía queda cerveza... seguiré a la sombra; esta tarde, típica tarde depre de domingo, me encomendaré a la infinita misericordia de Michelángelo Antonioni. Amén.

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