El rollo de la sordina

Me acuerdo exactamente cuando empezó. Ni siquiera sabía que eso que me estremecía era un efecto que causaba algo de metal, caucho o plástico, que se 'encajaba' en la trompeta, y se llamaba sordina. Porque el estremecimiento venía de la trompeta, con sordina. El comienzo entonces fue una serie de televisión que daban a la medianoche (horario ideal para la sordina), de un señor que tenía un programa de radio muy cool, que recibía llamados telefónicos de gente solitaria (más ideal aún para la sordina). Y él, que era también un alma solitaria, los escuchaba. Y yo, esperaba la serie, pero sólo para escuchar sonar esa sordina, en esa trompeta, en los títulos de apertura. La sordina modifica la intensidad, el timbre, el sonido. Pasaron muchos años de esa serie de la medianoche y aún hoy la sordina me estremece, me conmueve, me toca. En algún momento llegó Miles a mi vida (el ¿famoso trompetista de color? -si el chiste vale). Y las sordinas adquirieron otra magnitud. Pasaron a ser algo mágico, cuyo efecto en mí, me es imposible controlar. La sordina, como tantas otras cosas, me transporta, me enamora, me desarma. Me emociona, claro. La trompeta sin sordina, yo no sé por qué, no me causa el mismo efecto. La sordina en otro instrumento, la verdad, tampoco. Y Miles, que es Miles, no solamente Mails. Miles, millones, trillones. Y vos, que sos como una sordina para mí, y en realidad más. Como Miles, y un poco a veces, como Mails.