rollore-flexión

¿Hay alguna cosa interesante en el trabajo de oficina?

Sí claro: el cyber gratis y el teléfono discrecional. La posibilidad de robarle el tiempo al día largo de escritorio para hacer otras cosas -siempre sedentarias lógico- como escribir posts, chatear con los amigos, leer el diario, navegar por la página del instituto que promete bajar ¡dos centímetros de muslos por sesión!, y preguntar al buffet cuál es el menú light del día.
Pero -como una especie de ley de murphi tercermundista- en el fragor del post y subiendo fotos impensadas...zas! aparece la primera jefe directa en persona a pedirte algo, poner un sellito u otra cosa productiva por el estilo, y mira de reojo ese engendro que tenés en la pantalla.
También cuando estás en la parte más emocionante del vaticinio del oráculo del día para los nacidos en el primer decanato de agosto, con ángeles y bufones dando vueltas en la página...glup! el supremo-supremo se acerca al escritorio y te pide que por favor le digas al tipo de la puerta -que hace dos horas que lo espera- que no está. Mal comienzo: pispea la pantalla con cara de qué cornos es eso o a lo mejor “cierto, me olvidé de chequear mi augurio”.
Todo esto en el marco de una oficinita piola pero que a veces se te antoja a pecerita: pasa la gente y mira tras el vidrio. Vos hacés como que tecleás algo o sonreís discretamente. La cabeza se te empieza a quemar y te das cuenta de eso porque bajito comenzás a tararear “quisiera ser un pez...”.